Pues no, nunca me ha gustado el fútbol. Es más soy incapaz
de ver un partido entero, me parece un aburrimiento total. Por no hablar de
otras cosas más profundas, como por ejemplo lo que cobran determinados
jugadores. A veces, por amor a Gran Jefe, me hago la compungida cuando pierde
su equipo. Pero me da igual, lo que realmente me fastidia es aguantarle el
careto el resto de la tarde.
Pero sí, a Jefe Indio le gusta el fútbol, es más, le chifla.
Es capaz de verse el peor partido de 2ª o 3ª división (¿existe 3ª división?)
sin pestañear, como si fuera la final del Mundial que ganó España. Es más, se
sabe las alineaciones de todos los equipos y es capaz de retener en su memoria
los cromos que tiene, los que no, cuántas veces los tiene repetidos y los que
tiene su amigo del cole. ¡Ya podría tener tanta memoria para no dejarse día sí
y día también el jersey en clase!
Cuando nació y fue creciendo no mostró ningún interés por
las pelotas y yo muy feliz. Le gustaban los coches y las cocinitas. Pero esta
felicidad no duró mucho. A los 4 años salió un día del colegio, nos miró muy
serio y nos dijo: “Quiero apuntarme a fútbol”. Y su padre y yo, como se nos cae
la baba, y era la primera vez que el niño pedía apuntarse a algo, cedimos.
Así es que ahora soy su fan número 1 y no me pierdo ni un
solo partido. Juega los sábados por la mañana. Y podría llevarle su padre y
quedarme yo con las dos niñas tan a gustito en casa. O al revés, llevarle yo y
que Gran Jefe se quedara con las pequeñas. Pero no, todos queremos verle. Así
es que, por si fuera poco madrugar de lunes a viernes para despertarles,
vestirles, dar teta a Pequeña India, prepararles el desayuno, montarles en el
coche y llevarles al cole, ahora también madrugo los sábados para estar todos
preparados media hora antes del partido. Porque aunque juegue en el equipillo
del cole y hasta hoy hayan perdido todos los partidos (y por mucho), tienen que
estar “concentrados” media hora antes.
Y ¡quién me ha visto y quién me ve! Ahí estoy yo, a pie de
campo, animando como si fuera me fuera la vida en ello y celebrando cualquier
jugada. Creo que ya entiendo hasta lo que es fuera de juego. Es más, el sábado
pasado metió un gol y casi se me cae la lagrimilla. Porque no nos engañemos:
odio el fútbol pero adoro a mi hijo.
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