Si no has leído la parte 1 y la parte 2 puedes leerlas aquí.
Esta historia tiene un final feliz, aunque no todo ha sido un camino de rosas amamantando a mi tercera india. Os sigo contando.
Esta historia tiene un final feliz, aunque no todo ha sido un camino de rosas amamantando a mi tercera india. Os sigo contando.
Mi tercer embarazo fue
tranquilo y sin ninguna complicación. Algún que otro sustillo sin importancia y
mucho, mucho cansancio. Casi desde el principio me daba la sensación de estar
embarazada de mucho más. Nos mudamos y fue agotador. Pero ahora lo recuerdo con
cariño. Durante todo el embarazo tuve contracciones y pensé que no llegaría a
término pero no sólo llegué sino que me pasé. Justo el día que cumplí 41 semanas
me puse de parto. Esa también es otra historia pero fue “el partazo”.
Carmen llegó a mis brazos el domingo 15 de febrero de
2015 a las 11:00 de la mañana. Enseguida nos subieron a los tres a la
habitación y la puse al pecho bueno. Aquí tengo que hacer un inciso. Y es que
tengo un pecho bueno para mí que no me suele dar problemas, ni mastitis, ni
dolor,… pero que no es el que más les gusta a mis hijos. Ellos prefieren el grande y ese es el que me da más
guerra. Y por más que yo hago para que ellos mamen más del que menos me duele ¡no
hay forma! Siguiendo con la historia, la matrona viene al ratito e intenta que
Carmen se enganche bien a mi teta derecha, la mala. Nada, no hay forma… Pero yo
esta vez voy preparada y llevo mis pezoneras. Mi Número 3 come de los dos
pechos con pezoneras.
Viene la ginecóloga y además de revisar mi útero ¡se
interesa por mi lactancia! Me dice que más vale usar pezoneras que no dar el
pecho. Yo le repito continuamente que no creo que dure mucho dando el pecho,
que con los otros me fue mal y que dudo mucho que con esta pequeñaja vaya a
tener más suerte. Estoy tan asustada por lo que me pueda pasar que llego a
decirle que no me de el alta sin una receta para comprar las pastillas para
cortar la leche (se hizo la loca cuando firmó el alta y yo tampoco quise
insistir, jajajaja). Me escucha y me dice que lo entiende perfectamente. Me
siento comprendida. La verdad es que mi entorno familiar no entendía mucho mi
decisión de intentarlo y estuve todo el embarazo dando explicaciones. De hecho,
el día antes había tenido una pequeña discusión con mi padre por esto. Mi
marido no dice nada pero sé que no está de acuerdo. No quiere que sufra.
Amamanto con mis pezoneras y aunque son un tostón estoy
feliz. La niña agarra bien, no me salen grietas y a las 24 horas empieza a
subir la leche. Durante los dos días de hospital tengo que escuchar muchas
tonterías de algunas visitas y algunas enfermeras. Pero ya no soy como hace
cinco años, ni como hace tres. Así es que sonrío y sigo a lo mío. Sólo tuve un
mal momento con una matrona que se autodeclaraba ¨pro-lactancia¨ pero lo único
que recibí de ella fueron malas caras y miradas de reprobación. Esto me hizo
sentir muy incómoda pero, por primera vez desde que soy madre, sigo mi instinto
100% y éste me dice que use las pezoneras en todas las tomas y siga con la
lactancia materna.
Por fin nos vamos a casa y nada más llegar empieza la
subida de la leche. Son dos o tres días, con sus noches, bastantes malos hasta
que la cosa empieza a regularse. Además Jefe Indio y Jefa India están malos y
se quedan unos días más a dormir en casa de sus abuelos. Les echo de menos y
con las hormonas alteradas lloro por todo. Una noche estoy a punto de tirar la
toalla pero le escribo un mensaje a una antigua compañera de clase que sé que
está muy metida en temas de maternidad y me sube mucho la moral su
contestación. Lorena, si alguna vez lees esto, ¡muchas gracias!
Las primeras semanas las recuerdo como en una especie de
nube. Voy del sofá a la cama con la teta fuera todo el día. Me paso el día
entero sentada en el sofá dando teta(menos mal que Anatomía
de Grey me lo hace más ameno) pero me siento muy bien, muy a gusto conmigo misma. Mi marido se encarga de llevar a los niños al
cole, se va a trabajar un rato (cosas de tener negocio propio) y viene a la
hora de comer. Prepara la comida, comemos y luego se va a recoger a los Indios
mayores al colegio. No hay prisas, no hay agobios. Mis padres y mi hermano
vienen de vez en cuando a echar una mano. Todos me ven felices y cada vez me
apoyan más. Disfruto del puerperio. Y sin darme cuenta llevo dos meses dándole
el pecho a C. Empiezo a creer que puedo conseguir LME durante 6 meses. La peque
está engordando perfectamente y es una Santa (aunque la primera semana no engordó
y la enfermera ya nos quería meter un biberón, cosa a la que el padre de la
criatura se negó rotundamente. Gracias J.). Me lo creo tanto que un día pruebo a darle sin pezoneras y se agarra bien. Durante un par de semanas alterno unas tomas con y otras sin. Cuando C. cumple dos meses ya no nos acordamos de ellas. ¡Adiós pezoneras! Y es que el miedo a retirarlas era mío. Por eso, siempre que alguien me pregunta digo que las pezoneras salvaron mi lactancia. Son un buen invento si se usan de forma adecuada.
Sigue leyendo la historia aquí (parte IV)
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